Deepak Chopra El libro de los secretos (Fragmento)


Lo que más anhelamos en la vida no es comida, dinero, éxito, posición, seguridad o sexo; ni
siquiera el amor del sexo opuesto. Una y otra vez conseguimos estas cosas y terminamos
sintiéndonos insatisfechos, en ocasiones más de lo que estábamos al principio. Lo que más
anhelamos es un secreto que se revela sólo cuando estamos dispuestos a descubrir una parte oculta
de nuestro ser. En las antiguas tradiciones sapienciales, este empeño se comparó con la recolección
de la más hermosa perla, una manera poética de expresar que debemos nadar bajo las aguas
superficiales” sumergirnos en nuestro ser y buscar pacientemente esa perla invaluable.


La perla también recibe el nombre de esencia, hálito de Dios, agua de vida o néctar sagrado, lo que
con la trivialidad propia de la era científica llamamos “transformación”. Transformación significa
cambio radical de forma, como cuando la oruga se transmuta en mariposa. En el ámbito humano
significa convertir temor, agresión, duda, inseguridad, odio y vacío en sus opuestos. ¿Es esto
posible? Lo indudable es que el anhelo secreto que carcome nuestra alma es totalmente ajeno a
cuestiones externas como dinero, posición o seguridad; nuestro ser interior reclama un significado,
el final del sufrimiento y respuestas a enigmas como amor, muerte, Dios, alma, bien y mal. Una
vida superficial jamás responderá a estas preguntas ni satisfará las necesidades que las suscitan.
La única manera de satisfacer el anhelo más profundo es encontrando nuestras dimensiones
ocultas.


Cabría esperar que este anhelo de conocimiento hubiera desaparecido con el nacimiento de la
ciencia, pero en realidad se ha fortalecido. No hay más “hechos” por descubrir sobre las
dimensiones ocultas de la vida. Es ocioso analizar más tomografías de pacientes durante
“experiencias cercanas a la muerte” o resonancias magnéticas de yoguis en meditación profunda.
Esa fase de experimentación ha cumplido su cometido: sabemos que adonde vaya la conciencia,
allá irá el cerebro. Las neuronas son capaces de registrar las experiencias espirituales más
elevadas. Pero de alguna manera, sabemos menos que nuestros antepasados sobre el misterio de la
vida.

Vivimos en la Era del Cerebro Superior, esa corteza que creció desmedidamente en los milenios
recientes y eclipsó al cerebro inferior instintivo. También se le llama “cerebro nuevo”, en
contraposición al que imperó sobre los seres humanos durante millones de años y sigue haciéndolo
en la mayoría de los seres vivos. El cerebro antiguo no puede concebir ideas ni leer, pero tiene el
poder de sentir y, sobre todo, de ser. Fue gracias a él que nuestros antepasados percibieron la
cercanía de una presencia misteriosa en la naturaleza.
Esa presencia, que habita cada partícula de la creación, inunda también tu vida...